lunes, 3 de enero de 2011

Libro: El culto a la información. Autor: Theodore Roszak

Reedición de este clásico de Theodore Roszak, que desde su primera impresión en 1986, se convirtió en un referente de la crítica humanista a las promesas exageradas del mundo de la informática y sus apologistas comerciales.
Aunque en términos estrictamente tecnológicos algunos pasajes al leerlos hoy tienen un sabor añejo en el lenguaje, y lo que allá por mediados de los ’80 era considerado última tecnología, lo importante del libro mantiene toda su vigencia. Porque más allá de nuevos sistemas operativos, capacidades, velocidades y todos los avances que la informática tiene para ofrecer, la crítica de Roszak apunta a la forma en que el hombre se posiciona ante esta nueva tecnología, como la mistifica y la embiste de cualidades que aún hoy exceden sus posibilidades; sobre todo la inteligencia. En este sentido, el autor remarca cómo suele pensarse a las computadoras como inteligentes, y se olvida pronto la inteligencia humana que es capaz de inventarlas y hacerlas funcionar.
Roszak asume también en el prólogo las críticas que en su momento se hicieron de su libro, sobre todo las que lo calificaron de “neoludita”, en referencia a aquel movimiento de destructores de máquinas ingleses de los tiempos de la revolución industrial. Pero no lo hace desde la una lectura que considera errónea del ludismo, es decir, aquella que los ve como retrógrados irracionales que se niegan al progreso, sino recuperando el espíritu humanista de los viejos luditas, que sobre todo tenían un espíritu humanista que destaca Roszak, al advertir sobre la alienación del hombre cuando se somete a la lógica de las máquinas.
El libro cuestiona que desde el auge de la computación, el concepto de información haya pasado a tener un protagonismo sobredimensionado en la economía, la educación, la política, en la sociedad en su conjunto. Con un pasado modesto, pronto la información desbancó de sus lugares de privilegio a conceptos como sabiduría, conocimiento, inteligencia; términos todos éstos que hoy se ven reducidos al primero.
Una lógica según la cual procesar muchísimos datos a velocidad infinitesimal, equivale a ser inteligente, desestimando así cualidades como la creatividad, la imaginación, el raciocinio; pero también la ética y la moral, lo que lleva al autor a relacionar el avance de la informática en relación a complejo militar-industrial norteamericano y al “Estado belicista”.
Como sucedió a lo largo del siglo XX, los inventos en el campo militar tienen una conversión pronta en la vida civil, y es ahí donde entran las fuerzas del mercado, para continuar la tarea de mitificar los “milagros” que operan las computadoras.
Es para destacar también cómo Roszak aborda la problemática de la computación dentro del sistema educativo, y en este sentido muchos de los problemas que surgían en los ’80 en Estados Unidos, comienzan a apreciarse hoy en las escuelas argentinas y universidades. Es acerca de la inserción de las computadoras en las escuelas, que recupera la idea de que son “una solución en busca de problemas”.
Sólo basta con ver cómo los chicos aceptan acríticamente las sugerencias de un programa didáctico que no necesariamente es el adecuado para ellos, o como dejan que el corrector ortográfico “piense” por ellos (y esto no sólo en los alumnos de las escuelas, sino también en adultos y universitarios), para reconocer la validez de las preocupaciones del autor.
No por esto hay que confundir al libro de Roszak con un retrógrado manifiesto anti-informático. El autor reconoce la utilidad que la informática tiene en nuestra vida cotidiana (algo que sería ridículo cuestionar desde una revista digital como ésta), como ayuda para resolver problemas y simplificar tareas que de no existir las computadoras, seguirían siendo pesadamente rutinarias. Lo que critica es el estatuto de la información como único saber válido, las computadoras como seres más inteligentes que los hombres, y la informática como única ciencia que explique y modifique la realidad.
El llamado de Roszak es a considerar a las computadoras como lo que realmente son, herramientas, y no como a semidioses de silicio en los cuales podamos depositar la necesaria (y al parecer, para muchos pesada) tarea de pensar.

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